07 julio, 2009

Posteado originalmente el 4 de Agosto del 2007, sin título

Muchas historias corren por el mundo, de boca en boca, desde tiempos inmemoriales. A veces la memoria de la gente falla, y alguna parte de la historia no se transmite de la misma manera, y se van modificando, o simplemente se van perdiendo, hasta caer totalmente en el olvido.
Hoy decidí rescatar una de estas historias, a partir de los fragmentos que pude recolectar. Quedan algunas lagunas, pero, antes de que se pierda totalmente, esto es lo que se sabe sobre:


El Baúl De Seele


De todos los orfebres que han pisado esta tierra, ninguno alcanzó jamás la maestría del viejo Starkemann. Starkemann dominaba totalmente los distintos metales y piedras, combinándolos con la mayor fineza. Sus creaciones formaban parte de los tesoros de nobles y reyes de todo el mundo, que pagaban por ellas cualquier precio que se pidiera.

Pero un día, Starkemann se cansó. Ya no apreciaba el brillo en el oro ni en el platino, ni se deslumbraba por los reflejos de los diamantes. Decidió entonces emprender la búsqueda de nuevos materiales. Tenía claro que lo que necesitaba no lo encontraría en ninguna mina, porque no eran materiales de este mundo.

Recorrió cada rincón del planeta, consultando a cada sabio, cada mago, cada alquimista, revisó antiguas bibliotecas, en busca del conocimiento necesario para poder elaborar el que sería su último tesoro. Para financiar esa investigación, tuvo que gastar toda su fortuna, hasta la última moneda que había ganado en tantos años de trabajo.

Cuando estuvo satisfecho con lo aprendido, se encerró en su taller. Siete años estuvo trabajando sin salir de allí. Al terminar, apreció su trabajo, y entendió que, aunque le había costado todo su dinero, no existía sobre la faz de la tierra fortuna capaz de pagar ese tesoro. Su valor iba más allá del dinero. Era mucho más precioso que cualquier metal o piedra imaginable.

Comprendió que venderlo no sería una opción, y decidió ocultarlo en el sótano de su taller, a la espera de la persona digna de poseerlo. Lo guardó en un baúl de cristal que había traído de sus viajes. Había sido fabricado por la extinta raza de los Kristallhersteller, creadores de un cristal tan sutil como indestructible. El hierro del cerrojo había salido de la forja del mismísimo Surt.

Pero alguien había conseguido verlo mientras trabajaba, y había corrido la voz. Miles de personas se acercaron al taller, y le pidieron que se los mostrara. Ante tanta insistencia, accedió.

Unos pocos no supieron apreciar la verdadera belleza del tesoro. Todos los demás, lo querían para sí. Le pidieron a Starkemann que se los diera, le rogaron, le ofrecieron riquezas, tierras, cargos. No aceptó ninguna oferta. El tesoro sería de quien lo mereciera, y él no cobraría nada a cambio.

Pasó el tiempo, las visitas se sucedieron, hasta que Starkemann se dio cuenta que su cuerpo estaba cansado. Emprendió un último viaje, hacia Muspelheim, y arrojó la llave del baúl de Seele a la misma forja de donde había nacido, para que el tesoro no cayera en manos indignas. Luego volvió a su casa, se tendió en su lecho, y se durmió para no despertar jamás.

Hasta estos días sigue yendo mucha gente al sótano del taller, en busca del tesoro. Todos lo quiere, y hacen de todo por abrir el baúl, pero ni las hachas, ni las mazas, ni los picos, ni siquiera los explosivos pueden vencer el hierro de Surt, o el cristal de los Kristallhersteller. El baúl de Seele está cerrado para siempre.


* * *



Preguntando por esta historia, me topé con un fragmento que no había escuchado ni leído en ningún otro sitio. Me lo dijo un niño que pedía monedas en el tren, y a él se lo había contado su abuelo la última navidad, en estado de total borrachera. Como es bien sabido, los niños y los borrachos dicen siempre la verdad, así que, aunque no pude corroborarlos con ninguna otra fuente, es difícil dudar de la veracidad de los hechos que voy a referir a continuación.


Cuentan que el viejo Starkemann, días antes de partir hacia Muspelheim, lanzó sobre el cerrojo del baúl un hechizo que había aprendido en sus viajes. Quien conociera este hechizo, sería capaz de mover los mecanismos del cerrojo aunque no tuviera la llave.

El último día antes de que Starkemann abandonara su taller, fue a verlo una mujer de inigualable belleza. Starkemann pudo ver en sus ojos que aún estaba cegada por tesoros terrenales, viles, y que no estaba lista para apreciar adecuadamente el contenido del baúl de Seele, aunque era, de todas las personas que jamás se acercarían a ese sótano, la única que merecía poseerlo. El viejo artesano se apresuró a escribir en un trozo de papel las instrucciones para abrir el baúl, se las entregó, la acompañó a la puerta, y modificó el hechizo, de modo que el cerrojo se abra solamente para ella.

Starkemann murió con la tranquilidad de que, algún día, esa mujer se cansará de los fríos metales y piedras, y volverá a su taller a reclamar lo que es legítimamente suyo. Ella sabe exactamente qué ritos llevar a cabo, y qué conjuros entonar, para abrir el cerrojo. El tesoro esperaría, a salvo dentro del baúl.


Pero Starkemann no tuvo en cuenta algo. Había trabajado tantos años dentro de ese taller, que, el día de su muerte, cada piedra de la construcción comenzó a llorar. No puede apreciarse a simple vista, solo se forman pequeñísimas gotas en la superficie de las piedras. Pero estas gotas, se van uniendo unas con otras, hasta hacerse visibles, y caer. Una vez al día, una lágrima cae justo dentro del cerrojo del baúl de Seele. Al pasar sobre las piedras, las va erosionando, y arrastrando consigo microscópicos fragmentos. Cuando la lágrima cae en el cerrojo, estos fragmentos se van asentando entre los mecanismos, formando una roca, del mismo modo en que se forman las estalactitas en las cuevas. Con cada lágrima que cae, se hace más difícil abrir el cerrojo. Si no se abre a tiempo, llegará el día en que la roca sea tan grande, que haya sellado para siempre el baúl de Seele.

¡Ay por el viejo Starkemann, si su gran obra está condenada a no salir jamás de ese sótano!

¡Ay por esa bella mujer, si espera demasiado para hacerse con el tesoro del baúl de Seele!

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