31 agosto, 2009

Conexiones

El viernes a la noche, en la rambla de Montevideo, me encontré, después de casi diez años, con una amiga muy querida.

Vuelvo a casa en ómnibus. El coche para, se abre la puerta y veo subir una luz, con camisola naranja y la cabeza rapada, excepto por una colita que sale de la parte de atrás de su cabeza.

La luz pide permiso al guarda. En sus manos lleva revistas de Yoga que empieza a repartir a los pasajeros.

Al llegar a mí, nos miramos a la cara.
Nos miramos a los ojos.
Nos miramos a la mirada.
Al llegar detrás de la mirada nos reconocemos.
Nos sonreímos.
Nos saludamos familiarmente, y en lugar de darme una sola revista, me da dos (una de cada edición).

La luz sigue repartiendo revistas, y hace su speech. Las revistas las vende a veinte pesos uruguayos cada una (unos 2.30 argentinos).

Empieza a recoger las revistas. Llega a mi asiento, y me dice que por las dos son treinta pesos (3.50). Nos sonreímos nuevamente.
Saco mi billetera, le pago.

Nos despedimos y nos deseamos bien, siempre sonriendo.
Sigo mi camino.

07 julio, 2009



Che... ehm... ¿y educación, no?

Publicado originalmente el 15 de Agosto de 2007: Bolas de Acero

Unas décimas de fiebre y la falta de sueño de la noche anterior confabularon para que Morfeo me venciera especialmente temprano. Unas horas después me despierta el ruido del celular. Un mensaje. Pequeño diálogo electrónico. Intento dormirme nuevamente, en vano.No soy de los que leen para dormirse. Cuando leo me gusta estar bien despierto, para asimilar lo que leo. O cómodamente sentado en el baño, cuando la lectura merece irse junto con... con... Usted me entiende.Prendo la televisión, hago un poco de zapping. Antes de irme a España, donde casi no miré televisión, el canal de Sony me había acostumbrado con series de un humor inofensivo, pero bastante inteligente. ¡Cómo ha cambiado mi barrio!En un programa llamado "Balls of Steel", unos adolescentes de 30 años (a juzgar por su acento, procedentes de algún rincón del Reino Unido), compiten por demostrar quién tiene las del título, haciendo cosas como aplicarse pistolas de calor en el pecho, pasarse una lija mecánica por el culo hasta sangrar, o hacerse clavar una mano a un trozo de madera (cuando le piden que califique de 1 a 10 el dolor de esto último, el muchacho grita algo que podría traducirse como "¡DIEZ, UN REPUTÍSIMO 10, POR AMOR DE DIOS!"; lo dice con un tono de sorpresa, lo que me hace preguntar ¿QUÉ CORNO ESPERABAS, PIBE?).No soporto más y cambio de canal, en un capítulo de Los Simpsons de hace unos años, Matt Groenning (verdadero Julio Verne de la estupidez generalizada en la que nos vamos hundiendo) intentaba advertirnos de lo que vendría, mostrándonos un concurso en el que los ciudadanos de Springfield hacen las cosas más desagradables para ganarse un viaje. Hoy, a la vista del Balls of Steel, Jackass, y programas similares, nadie se impresiona con Bart tragando basura, o Barney tomando seis latas de cerveza a la vez (antes de empezar su acto).Hace unos días leía en el blog de una amiga sus impresiones ante las promesas que tuvo que hacer en el bautismo de su sobrino, para ser la madrina. Cuando le preguntaron si prometía no dejarse llevar por las propuestas del demonio y evitarlo a toda costa, pensó "está bien, si me cruzo con un señor cornudo, rojo, y con patas de cabra, lo ignoro". Me hizo bastante gracia su ingenuidad. Por supuesto que la moral cristiana en general, y la católica en particular, necesitan actualizarse bastante (especialmente después que Ratzinger se cargara los pocos avances que había hecho Wojtila), pero tampoco tenemos que tomar todos sus ritos ni sus textos literalmente. Siempre entendí las religiones como metáforas, estrategias comunicacionales emotivas, no cognitivas. En el siglo XXI el concepto de diablo no se nos manifiesta como un señor rojo con cuernos (dudo que alguna vez se haya mostrado así), sino a traves de programitas como Balls of Steel. ¿Qué es tener bolas de acero? ¿Hacer lo más estúpido que se pueda imaginar sin pensar en las consecuencias? ¿Idolatrar a quienes lo hacen? ¿La estupidez es vista hoy como un valor positivo? Me niego. Me resisto. Lucharé con la mano abierta o cerrada, vacía o llena en contra de ello. Cualquier jóven a quien se le pregunte, conoce por su nombre a estos modelos de estupidez, pero no le dicen nada nombres como Carlos Cabezudo, Haroldo Conti, o Rosa Parks. Es lo que quieren empresarios y políticos, que no nos ocupemos de lo que hacen, que no tengamos memoria ni referencias en las que apoyarnos. Financian los canales de televisión, con la condición de que la programación contribuya a hacer de nosotros una masa sin opinión ni exigencias, simples baterías de la matríz. ¿Hasta dónde debe llegar la libertad de expresión? ¿Deberíamos ponerle límites, regularla? Alguno dirá que somos adultos, que vemos lo que queremos. El otro día ví un colectivo con una publicidad enorme de un dibujo animado de Cartóon Network. El personaje decía "me pican los mocos", y se metía una batidora eléctrica por la nariz. En una valla publicitaria aparecía el mismo personaje. Era una de esas vallas 3D, la nariz se asomaba sobre la vereda y de ella colgaba un enorme y asquerodo moco. ¿Qué querrá ver cuando sea grande un niño criado viendo estos dibujos? Eso no es libertad. Tenemos la responsabilidad de limitar esto, aunque sea en nuestro accionar y no desde algún organismo oficial. Cambiemos de canal, apaguemos la televisión, resistamos. Demostrémosle a los directivos de los canales que ese tipo de televisión ya no es negocio. Eso es tener bolas de acero. Yo las tengo. ¿Y usted?

Publicado originalmente el 4 de Agosto del 2007, sin título.

Hace ya tiempo que comencé a ver al que creí que era el tren fantasma.Nunca paraba en la estación. Con sus vagones viejos, oxidados, iba tan rápido que apenas alcanzaba a distinguir, a través de sus ventanillas rotas, unas siluetas casi humanas ocultas en la oscuridad casi absoluta.La intriga se apoderaba de mí, quería saber su destino, la identidad de sus pasajeros.Hoy, al entrar a la estación de Olivos, lo encontré parado, y respondí mis preguntasSe confirmaron mis sospechas. Es un tren fantasma que solo yo veo, y sus pasajeros: los cartoneros.

Posteado originalmente el 4 de Agosto del 2007, sin título

Muchas historias corren por el mundo, de boca en boca, desde tiempos inmemoriales. A veces la memoria de la gente falla, y alguna parte de la historia no se transmite de la misma manera, y se van modificando, o simplemente se van perdiendo, hasta caer totalmente en el olvido.
Hoy decidí rescatar una de estas historias, a partir de los fragmentos que pude recolectar. Quedan algunas lagunas, pero, antes de que se pierda totalmente, esto es lo que se sabe sobre:


El Baúl De Seele


De todos los orfebres que han pisado esta tierra, ninguno alcanzó jamás la maestría del viejo Starkemann. Starkemann dominaba totalmente los distintos metales y piedras, combinándolos con la mayor fineza. Sus creaciones formaban parte de los tesoros de nobles y reyes de todo el mundo, que pagaban por ellas cualquier precio que se pidiera.

Pero un día, Starkemann se cansó. Ya no apreciaba el brillo en el oro ni en el platino, ni se deslumbraba por los reflejos de los diamantes. Decidió entonces emprender la búsqueda de nuevos materiales. Tenía claro que lo que necesitaba no lo encontraría en ninguna mina, porque no eran materiales de este mundo.

Recorrió cada rincón del planeta, consultando a cada sabio, cada mago, cada alquimista, revisó antiguas bibliotecas, en busca del conocimiento necesario para poder elaborar el que sería su último tesoro. Para financiar esa investigación, tuvo que gastar toda su fortuna, hasta la última moneda que había ganado en tantos años de trabajo.

Cuando estuvo satisfecho con lo aprendido, se encerró en su taller. Siete años estuvo trabajando sin salir de allí. Al terminar, apreció su trabajo, y entendió que, aunque le había costado todo su dinero, no existía sobre la faz de la tierra fortuna capaz de pagar ese tesoro. Su valor iba más allá del dinero. Era mucho más precioso que cualquier metal o piedra imaginable.

Comprendió que venderlo no sería una opción, y decidió ocultarlo en el sótano de su taller, a la espera de la persona digna de poseerlo. Lo guardó en un baúl de cristal que había traído de sus viajes. Había sido fabricado por la extinta raza de los Kristallhersteller, creadores de un cristal tan sutil como indestructible. El hierro del cerrojo había salido de la forja del mismísimo Surt.

Pero alguien había conseguido verlo mientras trabajaba, y había corrido la voz. Miles de personas se acercaron al taller, y le pidieron que se los mostrara. Ante tanta insistencia, accedió.

Unos pocos no supieron apreciar la verdadera belleza del tesoro. Todos los demás, lo querían para sí. Le pidieron a Starkemann que se los diera, le rogaron, le ofrecieron riquezas, tierras, cargos. No aceptó ninguna oferta. El tesoro sería de quien lo mereciera, y él no cobraría nada a cambio.

Pasó el tiempo, las visitas se sucedieron, hasta que Starkemann se dio cuenta que su cuerpo estaba cansado. Emprendió un último viaje, hacia Muspelheim, y arrojó la llave del baúl de Seele a la misma forja de donde había nacido, para que el tesoro no cayera en manos indignas. Luego volvió a su casa, se tendió en su lecho, y se durmió para no despertar jamás.

Hasta estos días sigue yendo mucha gente al sótano del taller, en busca del tesoro. Todos lo quiere, y hacen de todo por abrir el baúl, pero ni las hachas, ni las mazas, ni los picos, ni siquiera los explosivos pueden vencer el hierro de Surt, o el cristal de los Kristallhersteller. El baúl de Seele está cerrado para siempre.


* * *



Preguntando por esta historia, me topé con un fragmento que no había escuchado ni leído en ningún otro sitio. Me lo dijo un niño que pedía monedas en el tren, y a él se lo había contado su abuelo la última navidad, en estado de total borrachera. Como es bien sabido, los niños y los borrachos dicen siempre la verdad, así que, aunque no pude corroborarlos con ninguna otra fuente, es difícil dudar de la veracidad de los hechos que voy a referir a continuación.


Cuentan que el viejo Starkemann, días antes de partir hacia Muspelheim, lanzó sobre el cerrojo del baúl un hechizo que había aprendido en sus viajes. Quien conociera este hechizo, sería capaz de mover los mecanismos del cerrojo aunque no tuviera la llave.

El último día antes de que Starkemann abandonara su taller, fue a verlo una mujer de inigualable belleza. Starkemann pudo ver en sus ojos que aún estaba cegada por tesoros terrenales, viles, y que no estaba lista para apreciar adecuadamente el contenido del baúl de Seele, aunque era, de todas las personas que jamás se acercarían a ese sótano, la única que merecía poseerlo. El viejo artesano se apresuró a escribir en un trozo de papel las instrucciones para abrir el baúl, se las entregó, la acompañó a la puerta, y modificó el hechizo, de modo que el cerrojo se abra solamente para ella.

Starkemann murió con la tranquilidad de que, algún día, esa mujer se cansará de los fríos metales y piedras, y volverá a su taller a reclamar lo que es legítimamente suyo. Ella sabe exactamente qué ritos llevar a cabo, y qué conjuros entonar, para abrir el cerrojo. El tesoro esperaría, a salvo dentro del baúl.


Pero Starkemann no tuvo en cuenta algo. Había trabajado tantos años dentro de ese taller, que, el día de su muerte, cada piedra de la construcción comenzó a llorar. No puede apreciarse a simple vista, solo se forman pequeñísimas gotas en la superficie de las piedras. Pero estas gotas, se van uniendo unas con otras, hasta hacerse visibles, y caer. Una vez al día, una lágrima cae justo dentro del cerrojo del baúl de Seele. Al pasar sobre las piedras, las va erosionando, y arrastrando consigo microscópicos fragmentos. Cuando la lágrima cae en el cerrojo, estos fragmentos se van asentando entre los mecanismos, formando una roca, del mismo modo en que se forman las estalactitas en las cuevas. Con cada lágrima que cae, se hace más difícil abrir el cerrojo. Si no se abre a tiempo, llegará el día en que la roca sea tan grande, que haya sellado para siempre el baúl de Seele.

¡Ay por el viejo Starkemann, si su gran obra está condenada a no salir jamás de ese sótano!

¡Ay por esa bella mujer, si espera demasiado para hacerse con el tesoro del baúl de Seele!

07 enero, 2009

Barbelith

19 agosto, 2008

Manipulación manipulada.

No es nuevo ver niños pidiendo en el tren.
Lamentablemente eso fue constante en todos los países donde estuve.
Lo que me llama poderosamente la atención, es las técnicas que usan.
En Argentina observé algo que no pude ver en otros lugares.
El botija, en lugar de simplemente darte un papelito, o una estampita, te ofrece la mano.
Está muy bien pensado. ¿Quién va a ser tan hijo de puta de negarle el saludo a un gurisito de 6 años? El saludarlo, actúa como inversión emocional. Te ves obligado a darle algo, porque lo saludaste, el gurí se va a acordar de tu cara, de que vos lo saludaste pero no le quisiste dar ni una moneda. Entonces le das.
Aclaro antes de seguir que no practico la caridad, no de esta manera, ya que me consta que no se ayuda en nada al botija. He visto niños llorando bajo la lluvia en pleno invierno, diciéndole a una mujer que sería posiblemente la madre que no querían seguir, que querían ir a la casa, y ella forcejeándolos y empujándolos hacia el andén para que sigan laburando. Es crudo, muy crudo.
Por eso yo no le doy la mano a estos gurises, y hoy me puse a observar.
Un par de muchachos sí le dieron la mano. La mano del pibe muerta, se dejó agarrar, los ojos perdidos, el gesto automático de, una vez le sueltan la mano, llevarla al montón de papelitos que tiene en la otra, y entregar uno.
Luego recorrer el resto del vagón, con el mismo automatismo, ofreciendo saludos vacíos, regresando hasta el comienzo del vagón aunque ahí no entregó ningún papel.
Todo lo anterior, mi pequeño análisis sobre la interacción, la obligación al saludo, no significan nada para el botija. Se lo enseñaron todo, probablemente cuando era muy chico para entender qué hacía y ahora ni se lo pregunta.
Esto fue hace minutos, estoy publicando desde el ciber de Retiro, apenas bajé del tren.
Quién sabe cuántas horas hace que este botija está haciendo lo mismo, qué habrá comido si es que comió. Intentar imaginar eso, horas y horas de esa misma rutina, el cansancio en las piernas, el falso contacto con la gente, mientras los padres estarán vaya uno a saber haciendo qué cosa.
No puedo evitar llorar.
Y sentir vértigo.
Y bronca.